Artistas emergentes exigen ser cancelados para ganar notoriedad: «Si no me cancelan, no existo»

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La nueva estrategia de marketing en el arte: buscar la cancelación para alcanzar la fama

En el vibrante mundo del arte contemporáneo, una tendencia insólita ha emergido con fuerza: artistas emergentes que buscan ser «cancelados» como estrategia para catapultar sus carreras a la fama. Este fenómeno, que podría parecer una parodia, se ha convertido en una táctica deliberada para ganar notoriedad en una era donde la polémica y la viralidad dictan las reglas del juego cultural.

Marina López, una pintora de 27 años originaria de Sevilla, decidió inaugurar su última exposición titulada «Ofensas Necesarias» con una serie de obras que, según sus propias palabras, «garantizarían su cancelación inmediata». Las pinturas, que combinan símbolos religiosos con iconografía pop y mensajes provocativos, fueron diseñadas para generar controversia. «En este mundo saturado de información, la única manera de destacar es que te cancelen. Si no me cancelan, no existo», declaró López en una entrevista reciente.

La estrategia parece estar funcionando. Tras una campaña en redes sociales donde pedía abiertamente ser censurada, la exposición de López agotó entradas en cuestión de horas. «La gente quiere ver qué es tan ofensivo. Es el morbo de lo prohibido», comenta Javier Martínez, crítico de arte y autor del blog «Arte y Escándalo».

Este fenómeno no es aislado. Colectivos artísticos como «Los Irreverentes» han lanzado performances en espacios públicos que buscan deliberadamente la desaprobación social. Su última actuación, «Censúrame Esta», involucró a los miembros del colectivo recitando poesía considerada políticamente incorrecta en plazas concurridas, esperando ser confrontados por transeúntes indignados. «Cada vez que alguien nos grita o nos denuncia, ganamos seguidores. Es una fórmula infalible», afirma Rodrigo Pérez, líder del colectivo.

La socióloga cultural Ana Gómez analiza este fenómeno como una respuesta a la cultura de la cancelación imperante. «Hemos llegado a un punto donde ser cancelado otorga una especie de estatus de mártir cultural. Los artistas lo ven como una medalla de honor que les asegura visibilidad y relevancia», explica Gómez.

Sin embargo, esta tendencia ha generado críticas en el ámbito artístico. Algunos veteranos consideran que buscar la cancelación de manera intencionada trivializa las luchas reales de aquellos que han sido silenciados por expresar opiniones genuinas. «Convertir la cancelación en una estrategia de marketing es una falta de respeto para quienes han sufrido verdaderas represalias por su arte o pensamiento», opina Laura Sánchez, directora del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid.

Las redes sociales juegan un papel crucial en esta dinámica. Plataformas como Twitter e Instagram se convierten en el escenario principal donde se libra la batalla por la atención. Los algoritmos, que favorecen el contenido polémico, amplifican rápidamente cualquier controversia, otorgando a los artistas la visibilidad que buscan. «Es un juego peligroso, pero en la era digital, la polémica es moneda de cambio», señala Martínez.

Mientras tanto, el público se encuentra dividido. Algunos aplauden la audacia de estos artistas por desafiar las normas establecidas y cuestionar los límites de la libertad de expresión. Otros, en cambio, consideran que se trata de una táctica desesperada que sacrifica la integridad artística en pos de la fama efímera.

En cualquier caso, la búsqueda deliberada de la cancelación como estrategia artística refleja las complejidades de la cultura contemporánea, donde la línea entre la notoriedad y la infamia es cada vez más difusa. Como diría Marina López, «en el arte de hoy, ser amado u odiado es irrelevante; lo importante es no pasar desapercibido».

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